viernes, 8 de enero de 2016

Salvador León, el español que hacía toscanos

Hacia fines del siglo XIX, la industria argentina del tabaco estaba dominada por los empresarios de origen español, quienes poseían más del  60%  de los establecimientos manufactureros. No obstante, el fundamental eslabón del consumo tenía como protagonistas a los italianos, que eran amplia mayoría entre la población extranjera (1). No resulta extraño  entonces  que  muchas  fábricas  manejadas  por hispanos incluyeran al toscano entre su producción regular, toda vez que los puros de estilo peninsular  -importados o nacionales-  se alzaban con el mayor volumen de ventas. Según cifras estimativas que  hemos  podido elaborar a partir del trabajo del profesor Luca Garbini, en un período demostrativo correspondiente al segundo semestre de 1895 y el  primero de 1896, la Argentina importó unos 40 millones de cigarros italianos,  de los cuales 32 millones correspondieron específicamente a toscanos (2).  Por ese entonces,  la elaboración nacional aún no equiparaba tamañas cifras (harían falta dos décadas para eso), pero calculándola en un modestísimo 25% de su equivalente  importado y sumándola a éste tenemos una cifra total que ronda los 50 millones de unidades, y que se encontraba en constante aumento.


La Guía descriptiva de los principales establecimientos industriales de la República Argentina del año 1895, que tanto nos ha servido como fuente de información histórica, ofrece un excelente ejemplo del establecimiento en el que se mezclaba la antigua tradición tabacalera española con los más arraigados artículos italianos del fumar. Se trata de La Buenos Aires, casa sita en Rivadavia 1549, muy cerca de lo que hoy conocemos como “Congreso”, aunque en realidad pertenece al barrio de San Nicolás en su límite con el de Monserrat (3).    El   texto comienza asegurando que “esta fábrica, que  fue establecida en 1889, ha sido reformada en sus directores desde el 1°de enero bajo la razón social de Salvador León y Cía., de la que forman parte hoy los señores Salvador León y don Gonzalo Perea,  como  socios  activos solidarios, y don José León Crespo, como socio industrial”. Más adelante brinda algunas precisiones sobre la envergadura de la planta, cuyo local “ocupa un área de 80 varas de fondo por 20 de frente” (4) con un galpón aislado al que denomina “sala de máquinas”. Estas se componen de “dos picadoras de tabaco alemanas de últimos sistema,    un secador con ventilador a vapor,  una curiosa (sic) máquina para fabricar el rapé,   un cernidor a vapor y una prensa para extraer nicotina”, entre  otras.  También puntualiza que el personal está compuesto por cincuenta personas, entre obreros y empleados administrativos.


Pero lo que más nos interesa es la mención bien precisa  de  “dos  estufas  para  secar  cigarros italianos”, que no deja dudas sobre la elaboración de toscanos, Cavour y Brissagos, tan de moda en ese entonces.  Ahora  bien,  después de  tanto  énfasis puesto en este blog en cuanto a la identificación de viejas fábricas toscaneras en manos italianas, un emprendimiento de clara estirpe española  parece fuera de lugar,  pero esa es una visión de lo más errada.   Muchos cigarreros de la época  –sin distinción  de  nacionalidad-  habían “captado” la tendencia,   lo que los hizo dedicar parte de sus esfuerzos industriales en la confección del toscano y sus compañeros de género. Los cigarreros nativos de  Italia  llevaban la delantera por las obvias razones de afinidad, tradición y conocimiento, pero los españoles (tan numerosos en el ramo, como hemos visto) no se quedaron atrás cuando empezaron a notar el constante incremento de la masa consumidora que ponía su ojo en el producto de nuestro interés. De hecho, el decenio de 1890 marca el despegue definitivo del toscano y su rápida llegada al podio del cigarro de hoja más importado, fabricado y fumado de la Argentina, que se hizo muy evidente a partir del 900 y se prolongó por los siguientes  setenta años.


Para despuntar ese vicio que tenemos de ubicar personajes de la época con mayor especificidad, buscamos y encontramos  a Salvador León en el censo 1895. El joven acometedor tabacalero, de 34 años, se domiciliaba a pocas cuadras de su empresa (Alsina 1719)  y  vivía junto a su esposa  Dolores, también de 34 años, su sirvienta Antonia García (38) y sus hijos José (10), Mercedes (8) y María Isabel (5).  No tenemos dudas de que se trata del mismo individuo apuntado en la guía industrial, ya que una de las columnas del formulario censal está dispuesta para dejar constancia de la eventual posesión de alguna propiedad  inmueble, y en ella se aprecia  la incontrovertible palabra “cigarrería”. Otra conclusión  que se desprende de los datos apuntados es que León llegó a nuestro país entre 1887 y 1890, ya que sus dos retoños mayores aparecen como españoles y sólo la hija más pequeña es argentina.  El corte de nacionalidades,  entre las niñas de 8 y 5 años, es incuestionable y revelador de sendos  nacimientos antes y después de la migración.


Al parecer, Salvador León  no era cigarrero de oficio sino comerciante, empresario, lo que se dice un “hombre de negocios”. Evidencias posteriores indican que vendió la planta fabril y las marcas a su coterráneo José María León , con lo cual la firma llegó a tener tres leones entre sus directores. Pero este último era un verdadero barón del tabaco, dueño de “La hija del Toro”, poderosa y célebre fábrica pionera en la actividad.   En 1906, el susodicho renovó para sí la marca de cigarrillos Guardias Nacionales, propiedad de La Buenos Aires en 1895 según la guía descriptiva, e incluso llegó a contar con esta última marca entre sus rótulos, la del nombre completo de la vieja fábrica.


Así era el sector del tabaco en aquel entonces: cambiante y dinámico. Y entre tantas historias de fábricas, comercios, publicidades y descripciones pretéritas, aquí estamos nosotros para hallar, cada tanto, algún nuevo dato que nos permita ir construyendo el pasado del cigarro toscano en estas tierras, tal como lo venimos haciendo desde hace poco más de tres años.

Notas:

(1) Exactamente 492.363 personas, según el censo 1895. Ello representaba el 48,9% de los inmigrantes y el12,2% de la población total de la república. Sin embargo, en ciertos lugares concretos como la ciudad de Buenos Aires o la provincia de Santa Fe, tales porcentajes eran mucho mayores y alcanzaban hasta el 30% de todos los habitantes.
(3) La calle Rivadavia marca justamente esa frontera, donde la vereda norte corresponde a San Nicolás y la sur a Monserrat. Recordemos que resulta fácil para cualquier porteño saber de antemano en qué vereda está situada una dirección numérica determinada , puesto que, mirando las calles hacia donde la numeración se incrementa, los pares están siempre a la izquierda y los impares a la derecha. En el caso de Rivadavia, cuya numeración crece hacia el oeste, los números pares están al sur y los impares al norte.
(4) La vara española equivale a 0,83 metros y fracción, lo que da unos 17 metros de frente por 66 de fondo.