viernes, 16 de enero de 2015

¿Qué fue primero: el Cavour, el Brissago o el Toscano? I

Con bastante frecuencia nos hemos referido a dos tipos de cigarros que bien pueden ser definidos como “primos hermanos” del toscano, al punto de haber conocido sus historias  y  degustado sus ejemplares (1),  tanto aquí como en  Consumos del Ayer.   También   apuntamos tangencialmente la sospecha de que, en nuestro país, esos otros dos productos fueron más célebres que el propio toscano  desde  1861   (año  de  la  primera importación documentada de tabacos italianos) hasta 1890, y que recién entonces nuestro leitmotiv alcanzó el grado de popularidad y éxito que lo acompañaría por los siguientes ochenta años. Esta entrada está enfocada en el análisis de dicha circunstancia,  aunque su título puede llevar a confusiones con las respectivas épocas de creación.    Queda claro que frente a esto último no hay dudas posibles: el toscano antecede holgadamente a los otros dos, puesto que su origen se remonta a 1818,  mientras que el Brissago apareció por 1840  y  el Cavour recién hacia 1860.  Pero,  como dijimos, nuestro interés de hoy es establecer una línea cronológica sobre la celebridad y superioridad comercial de cada uno en el activo mercado argentino del siglo XIX. En esta primera entrada intentaremos verificarlo mediante algunas huellas documentales de la época, para luego, en una segunda y última, explicar las razones del fenómeno.


No hay mucho para decir de la comparecencia testimonial durante los primeros diez años del tabaco itálico en estas tierras (2), con toda seguridad porque sus prototipos aún eran artículos exóticos cuyo consumo estaba acotado a una masa  minoritaria  de  inmigrantes.   Recién a finales de la década de 1870 hallamos las primeras señales de cigarros italianos nombrados con todas las letras (3), más precisamente en una ley de impuestos al tabaco de la Provincia de Buenos Aires sancionada el 14 de diciembre de 1878.  El artículo sexto no deja dudas de que Brissago y Cavour ya habían obtenido un cierto renombre, mientras que el toscano brilla notoriamente por su ausencia. Es obvio que se lo incluía entre los “otros que se importan del extranjero”, pero lo que intentamos remarcar es esa diferencia de celebridades:    mientras  unos  sirven  para ejemplificar la categoría,   otro queda oculto dentro de un pelotón genérico, innominado, anónimo. El documento tiene asimismo un gran valor por su carácter oficial y por la presencia de figuras históricas entre algunos de sus firmantes, especialmente tres que llegaron a ser gobernadores provinciales:   Carlos Tejedor,  José María Moreno y Carlos D’Amico.


Si seguimos buscando documentación fidedigna en el decenio siguiente, podemos encontrar una nueva muestra de lo que venimos señalando en el Censo de Buenos Aires de 1887. Su autor Antonio Fresco dedica unas breves palabras a la industria y el comercio del tabaco en la ciudad, pero lo interesante  es que  allí  queda  plasmada  una  frase  de significado incontrovertible:  “se consume también una cantidad inmensa de cigarros alemanes, suizos, italianos y brasileros…” (4)  No obstante,  a la hora de listar el precio mayorista de diversos artículos del ramo, vemos al Cavour como  único  y  solitario representante  de  su  tipo  y nacionalidad.  Tampoco hay menciones al respecto en la sección de precios minoristas,  ni en ninguna otra parte del censo.  Así de pobre es la presencia testimonial de los puros italianos en general, y del toscano en particular, hasta 1890. Pero eso cambiaría muy pronto…


En la próxima entrada veremos cómo el toscano logró abandonar esa existencia indocumentada para convertirse vertiginosamente en la figura más famosa del firmamento cigarrero  argentino.    También intentaremos esclarecer  los interrogantes que surgen  luego de haber visto el  modesto sitio que ocupó durante tres décadas: ¿por qué motivo era mucho menos conocido que el Cavour y el Brissago? ¿Y qué fue lo que hizo estallar tan súbitamente su popularidad  hacia finales del siglo?

                                                            CONTINUARÁ…
  
Notas:

(1) Es justo señalar que no fue así tal cual en el caso del Cavour,    ya que  dejó  de producirse hace mucho tiempo y no conozco ninguna posibilidad de conseguir prototipos añejos. Para efectuar su cata seleccionamos un tipo de puro español típico de Valencia llamado Caliqueño por considerarlo lo más parecido a lo que debió haber sido el Cavour legítimo en sus buenos tiempos. Las explicaciones del caso se pueden encontrar en las dos entradas relativas al tema que subimos con anterioridad:  http://traslashuellasdeltoscano.blogspot.com.ar/2013/12/cavour-el-cigarro-patriotico-italiano.html y http://traslashuellasdeltoscano.blogspot.com.ar/2014/03/cavour-el-cigarro-patriotico-italiano.html
(2) Nunca abandono la esperanza de localizar algo al respecto, no en diarios nacionales (eso es muy poco probable), pero sí en algunas publicaciones de antaño dirigidas a la embrionaria colectividad italiana radicada en nuestro país.  Lamentablemente,  tales ejemplares aparecen en los catálogos de varias bibliotecas públicas argentinas, pero siempre se encuentran “fuera de consulta”. Si acaso algún día descubriera una sola referencia tabacalera de la década de 1860 impresa en nuestro país con la palabra “toscano”  bien clara e inequívoca, sería algo así como el Santo Grial de este blog.


(3) Lógicamente que hablamos sólo de nuestro territorio. En el Viejo Continente ya eran todos perfectamente conocidos, tal cual lo demuestra el siguiente párrafo de la Guía del Viajero editada en Alemania en 1877 por Karl Baedeker. El texto pertenece a la edición en francés, pero creo que no necesita mayores traducciones. Nótese que existían dos versiones de Brissago (citado como Virginia, su nombre más conocido en el centro y norte de Europa) y también de Cavour: una más grande y una más pequeña.


(4) Como observamos  luego en la imagen tomada del texto,   Fresco  magnifica  el dispendio de tabacos cubanos, pero estoy convencido de que ya para 1887 el consumo nacional  de cigarros  italianos  superaba  numéricamente  a  los  de  cualquier  otra nacionalidad. Es fácil demostrarlo algunos años más tarde: en 1894 y 1895, por ejemplo, esa  supremacía  resulta abrumadora.  Pero lo cierto es que no tengo estadísticas comparativas de los años ochenta del siglo XIX, así que por ahora se trata de una teoría.


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