viernes, 22 de diciembre de 2017

Fumadores de un siglo y medio

Lejos de ser estática, la historia está sujeta a cambios permanentes relacionados no sólo con avances y descubrimientos en las ciencias que la asisten  (la arqueología, por ejemplo), sino también con  los  paradigmas culturales. Muchas “verdades históricas” reconocidas como tales en una época determinada son luego desechadas y modificadas gracias a algún descubrimiento investigativo o, simplemente, a los cambios de pensamiento. Por esa misma razón  hemos afirmado en más de una oportunidad que el estudio de la saga toscanera en Argentina es demasiado rica y compleja como para dar lugar a cualquier pretensión de completitud. Sabemos bien que siempre habrá alguna fábrica pequeña, alguna marca efímera o alguna anécdota  inexorablemente oculta a nuestro conocimiento, teniendo en cuenta la vastísima importación, fabricación y comercialización de toscanos que caracterizó a nuestro país durante más de un siglo.


Pero también somos conscientes de los avances logrados en los cinco años de vida del blog, que nos permitieron tener una buena noción del camino recorrido por los cigarros italianos desde su arribo a estas tierras. En una perspectiva histórica amplia, ese conocimiento permite diferenciar varias etapas bien marcadas que involucran hitos significativos. Las primeras importaciones, los fabricantes pioneros, la aparición de las grandes manufacturas, la generalización del consumo, la integración del toscano como hecho cultural (con numerosas alusiones en la literatura y el cine a mediados del siglo XX), entre otras, son expresiones de esa larga y colorida historia. A todo ello deben sumarse los cambios lógicos que tales hechos generaron en el sabor del producto, conforme evolucionaban las técnicas de elaboración y los tipos de tabaco utilizados, tanto aquí como en Europa.


Entonces, ¿qué experiencias vivió y qué tipo de productos saboreó un fumador de toscanos en la Argentina, de acuerdo a los tiempos que le tocó vivir? Para responder esta pregunta creemos haber logrado individualizar cuatro períodos de treinta años que se distinguen y diferencian perfectamente entre sí -conjugables con  sus correspondientes generaciones de consumidores- que son los siguientes:

Primer período (1861-1890)
Este primer lapso representa la “prehistoria” del tabaco peninsular en estas latitudes y su extraordinario crecimiento inicial, enmarcado en la llegada masiva de inmigrantes. Todo indica que aquellas introducciones precursoras de la década de 1860 estuvieron dirigidas casi exclusivamente a la embrionaria colectividad itálica, para luego extenderse lentamente a otros grupos humanos. Dicho período incluye un segundo acontecimiento altamente significativo: la aparición, hacia 1880, de la manufactura vernácula. No resulta sencillo imaginar cómo serían los ejemplares decimonónicos, tanto importados como nacionales, pero hay indicios suficientes para suponer que ya entonces se buscaba el perfil contundente, sabroso y aromático que hoy distingue al toscano entre todos los puros del mundo.

Segundo período (1891-1920)
Como vimos y analizamos hace poco, la última década del siglo XIX marca el despegue definitivo del consumo que nos convoca, con un incremento casi exponencial en las cifras de importación y fabricación autóctona. Como reflejo del fenómeno, entre 1900 y 1920 hay una incesante aparición de fábricas pequeñas y medianas en Buenos Aires, Rosario y otros puntos de la república, mientras abre sus puertas el establecimiento más grande y célebre en la saga de nuestro interés: Avanti (1904). De manera concomitante comienzan a crecer -cualitativa y cuantitativamente- las plantaciones de tabaco en las provincias de Tucumán, Corrientes y Misiones, aunque aún se importa mucha  materia prima del exterior, especialmente de la variedad  Kentucky norteamericana . Amén de la poderosa competencia criolla (que se vuelve preponderante en 1912), la introducción de cigarros italianos sufre los vaivenes políticos y económicos que sacuden a Europa a partir del estallido de la Primera Guerra Mundial. Así y todo, el toscano logra erigirse como el cigarro de hoja más popular del país, fumado por argentinos y extranjeros de todas las edades.


Tercer período (1921-1950)
Conjuntamente con el perfeccionamiento técnico de la elaboración toscanera italiana, estos años se caracterizan por la formación de un estilo definido en la industria nacional. Las plantaciones tabacaleras experimentales del NEA dan sus primeros resultados positivos hacia 1930, y a partir de entonces comienza el  reemplazo de los tabacos foráneos. La importación de Europa sufre las consecuencias de una fuerte volatilidad internacional: a la crisis de 1930 le sigue la Segunda Guerra Mundial, que acaba definitivamente con la llegada de los embarques italianos y suizos. Desde 1941, todos los toscanos comercializados en Argentina son fabricados localmente, con una importante concentración del negocio en  las dos mayores manufacturas: Avanti y SATI. Los especímenes de la época logran alcanzar un sabor profundo, terroso, equilibrado con los típicos acentos ahumados, ya que aún se practica el tradicional secado a fuego de leña en casi todas las fábricas. No obstante tamaña calidad, tipicidad y éxito comercial, hacia 1950 empieza a verificarse una lenta caída en el consumo. Los toscanos siguen siendo muy populares (se los menciona recurrentemente en la literatura y el cine) , pero son vistos cada vez más como una “cosa de viejos”.

Cuarto período (1951-1980)
Las modas de la posguerra inclinan el consumo en favor de los cigarrillos rubios. Los puros en general, y los toscanos en particular, sufren las consecuencias de este nuevo modo de vida. Los resultados no tardan en hacerse efectivos: en 1958, el gobierno italiano decide abandonar su participación en  la SATI, que subsistirá algunos años más en manos de los empleados. Avanti, mientras tanto, cierra su planta porteña de Villa Urquiza y se traslada a un taller mucho más chico en Posadas, donde continúa hasta 1971. Durante la década de 1960 el consumo se derrumba dramáticamente al ritmo en que van cerrando las pocas y últimas factorías pequeñas y medianas. Por falta de demanda, decrecen también las plantaciones de tabacos Kentuckys correntinos y misioneros, a la vez que se abandonan los antiguos y sabios procedimientos manufactureros. Ante la paulatina desaparición de los viejas generaciones de consumidores -acostumbrados al perfil sensorial contundente y perfumado- los toscanos se vuelven rústicos, de cuerpo medio y aromas sencillos.


No hay mucho para decir luego de 1980. Del puñado de establecimientos sobrevivientes al cataclismo de los años sesenta y setenta sólo queda hoy el taller de la familia Zenobi y sus toscanos Luchador. La rosarina Tabacos Colón, de Fernández y Sust, cerró por 1985, y los toscanos Caminito, hechos en Zárate por la firma La Internacional, desaparecieron en 1992. Luego de que la CIBA abandonara el negocio definitivamente, la marca Avanti pasó por varias manos hasta culminar en la Tabacalera Sarandí, que le dio un nuevo impulso hacia comienzos del siglo XXI. Se produjo un fugaz regreso de los toscanos italianos entre 1997 y 2001 en sintonía con la apertura dolarizada de la época, pero hubo (por fortuna) una vuelta importadora en 2013, aún vigente, la cual nos permite encontrar un par de rótulos italianos genuinos en los comercios especializados a ciento cincuenta y seis años del primer ingreso documentado en el puerto de Buenos Aires.


Así fue la historia de los toscanos en Argentina a lo largo de cuatro generaciones, y continúa. Quienes pertenecemos a la quinta apenas alcanzamos a imaginar los tiempos de gloria, pletóricos de marcas argentinas y ejemplares italianos y suizos. Pero lo bueno es que todavía, al menos, podemos darnos el placentero lujo de perdernos en las volutas de humo toscanero -quizás menos rico que antaño, pero válido al fin-  tal cual lo hicieron nuestros antepasados durante un siglo y medio.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Los tres modelos de antaño en la balanza: Toscano, Cavour y Brissago

Por aquellos días de creciente consumo tabacalero con raíz itálica que analizamos estadísticamente en las últimas entradas (es decir, décadas finales del siglo XIX), el puro toscano formaba parte de un elenco cuyos demás componentes no se quedaban atrás en fama y éxito de ventas. Como bien saben los lectores de este blog, hubo dos casos particularmente remarcables por su elevado y bien documentado dispendio entre el público fumador que habitaba la Argentina de entonces. Nos estamos refiriendo, por supuesto, al Cavour y al Brissago, de los cuales hemos hablado en numerosas oportunidades, dedicándoles incluso entradas exclusivas para conocerlos y degustarlos, tanto aquí como en Consumos del Ayer (1). Hoy nos decidimos a hacer algo diferente dentro de la misma línea: probar los tres juntos en base a algunos de sus representantes actuales más característicos.


Para la ocasión seleccionamos marcas y/o módulos no catados anteriormente, a saber: el genuino Antico Toscano, el caliqueño valenciano El Corsari (recordemos que es lo más parecido al viejo Cavour italiano, el único de la terna que no se fabrica más) y el “Virginia” (sinónimo de Brissago) de la reconocida casa suiza Villiger, todos ellos adquiridos por el que suscribe en diferentes viajes realizados hace tiempo. Además de cotejar cigarros europeos bien alejados del estilo habanero más estereotipado (lo cual sería un excelente fin en sí mismo), el propósito de la ceremonia consistió en indagar algo más sobre el motivo que volvió triunfador al toscano frente a sus competidores decimonónicos. En efecto, para 1910, nuestro leitmotiv  se había transformado en el puro peninsular por antonomasia frente a la debacle de todos sus semejantes. Amén de algunos aspectos prácticos que hemos mencionado en entradas subidas con anterioridad (tamaño, potencia, precio), quizás esta fumada conjunta nos ayudaría a entender un poco más el fenómeno (2). Para reforzar la hipótesis de que los tres se equiparaban en fama algunas décadas antes, veamos el siguiente anuncio aparecido hace ciento treinta años en un periódico nacional (3).

                                        Diario "El Municipio", Rosario, 24/12/1887

Bien, yendo a la cata en sí misma, éstas son las conclusiones obtenidas en cada caso:

Antico Toscano: módulo que constituye el escaño mayor de la línea básica tradicional toscanera, compuesta además por Classico Extra Vecchio. Sin dudas es el más potente de todos, lo cual se percibe claramente en sus tonos ahumados y su sabor carnoso que retrotrae la memoria sensorial a recuerdos invernales (fogata). Tiene cierta complejidad detectable luego de algunos minutos de encendido, en sintonía con un humo denso y contundente. Un cigarro pleno, que hace honor a la inveterada capacidad que tienen los toscanos para colmar el paladar con sabores rotundos y duraderos. Para fumarlo de principio a fin sin interrupciones en el modo amezzato son necesarios alrededor de 30 a 45 minutos.

Caliqueño El Corsari (Cavour): como ya explicamos oportunamente, es lo más cercano al Cavour que existe hoy en términos de formato, tipo de tabaco y modalidad de elaboración. Aquí  notamos un muy buen cigarro, bien armado, de tiro fácil. No es tan potente como el toscano pero comparte cierta semejanza de base mineral y terrosa, coetánea a un dejo de nueces y madera. En otras palabras, es bastante sabroso aunque carece de los enérgicos acentos ahumados toscaneros. Ello se condice con todo lo que sabemos sobre el auténtico Cavour italiano de antaño, que se manufacturaba con métodos parecidos a los del toscano, pero no iguales. Su tiempo de consumo ronda los 30 minutos.

Villiger Virginia: seguramente el más curioso y olvidado no obstante continuar en el mercado europeo merced a un puñado de fábricas suizas, austríacas y alemanas que aún lo producen. Su calibre realmente angosto, sumado a su acentuada longitud (17,5 cm), le brinda un perfil de cigarro elegante y estilizado, lo cual seguramente contribuyó mucho a su esplendor en la segunda mitad del siglo XIX. Por supuesto, esas mismas razones hacen que su caudal de humo sea discreto sin detrimento de un tiro correctísimo. Aromáticamente, en este caso particular, cuenta con un intenso borde ahumado (no fue así en la otra marca que catamos anteriormente), si bien su sabor no llega a expresarse particularmente potente. Se consume en 1 hora.



Buscábamos una explicación extra sobre triunfo final del toscano hacia 1900, y podemos decir que la encontramos. El Cavour y el Brissago son productos realmente ricos y atractivos que gustosamente puede abordar cualquier amante de los tabacos italianos. Sin embargo, el toscano los supera a ambos en personalidad. Y no se trata de ser más fuerte (lo cual, llegado el caso, se puede obtener de muchas maneras) sino de acreditar un carácter único e  inconfundible, producto de la tradición que ya cuenta con casi 200 años de existencia desde su aparición en la bella ciudad de Florencia. Pero más allá de las singularidades y virtudes sopesadas, lo mejor es tomar conciencia de que fumamos tres puros que llegaron a ser, hace muchísimo tiempo, extremadamente comunes en nuestro país. Y de eso se trata, en definitiva: de rescatar la historia argentina a través de su artículo cigarrero más popular durante un siglo.

Notas:

(1) En la siguiente entrada hay links a todas las degustaciones de cigarros italianos que efectuamos entre 2012 y 2015, incluyendo las correspondientes a Cavour y Brissago. http://traslashuellasdeltoscano.blogspot.com.ar/2015/12/antologia-de-degustaciones-un-viaje.html
(2) Hay otras razones de orden histórico que esbozamos alguna vez. Por ejemplo, Cavour y Brissago fueron cigarros que nunca pudieron librarse de un consumo fuertemente circunscripto a regiones específicas (Piamonte y Véneto, respectivamente), mientras que el toscano terminó extendiéndose por toda Italia.
(3) Con el Brissago escrito al modo local, son una sola s.

jueves, 26 de octubre de 2017

Treinta años de consolidación III

En sintonía con el crecimiento del fenómeno inmigratorio, la década de 1880 consolidó el posicionamiento de los  tabacos  italianos entre las preferencias del público consumidor argentino. Por ese entonces, un puñado de naciones europeas dominaba el panorama importador dentro del rubro cigarros de hoja (puros) gracias al sostenido desarrollo de dicho sector industrial en aquella parte del mundo. Pero más allá de las consideraciones que se pueden hacer respecto a la notable diferencia entre la manufactura tabacalera italiana y las demás del viejo mundo (tema largo que resumimos en nota al pie) (1), la distribución del “podio” de los tres países favoritos dejaría pronto de tener la característica alternadamente repartida entre Italia, Francia, Alemania y Bélgica, tal cual venía sucediendo desde 1870 en adelante. De hecho, estaba llegando un tiempo  de gloria  para los artículos peninsulares de nuestro interés, cuya duración se prolongaría por más de medio siglo.


Así, 1889 y 1890 son los dos últimos años en que Italia se sitúa detrás del primer lugar, no obstante el  incremento sostenido de sus embarques desde 1882. Tal como se puede verse a simple vista  en el cuadro expuesto a continuación, la tremenda crisis económica desatada en nuestro país hacia 1890 generó una fuerte caída de las compras externas durante algún tiempo (2), pero lo que aquí nos interesa es que a partir de 1891 los puros italianos pasan a ocupar de modo permanente y definitivo la pole position en la grilla estadística anual. Luego, si observamos bien, las distorsiones más severas del problema económico suscitado a comienzos del decenio se empiezan a disipar en 1893 y parecen definitivamente solucionadas en 1895. Los números se vuelcan entonces abrumadoramente hacia Italia: ya para 1894, sus envíos de cigarros superaban por sí solos a todas las demás procedencias juntas.


Pasemos a los números de referencia, que son bien esclarecedores:

1889: 1° Bélgica (24.857.000), 2° Italia (24.552.000), 3° Alemania (11.236.000)
1890: 1° Bélgica (39.945.000), 2° Italia (35.947.000), 3° Alemania (10.491.000)
1891: 1° Italia (3.780.000), 2° Bélgica (917.000), 3° Alemania (799.000)
1892: 1° Italia (3.436.000), 2° Bélgica (1.246.000), 3° Alemania (243.000)
1893: 1° Italia (15.594.000), 2° Bélgica (8.511.000), 3° Alemania (1.207.000)
1894: 1° Italia (18.366.000), 2° Bélgica (5.218.000), 3° Alemania (1.138.000)
1895: 1° Italia (37.005.000), 2° Bélgica (5.130.000), 3° Alemania (2.896.000)
1896: 1° Italia (52.751.000), 2° Bélgica (6.164.000), 3° Brasil (3.938.000)
1897: 1° Italia (56.365.000), 2° Bélgica (4.454.000), 3° Alemania (2.362.000)
1898: 1° Italia (51.136.000), 2° Bélgica (3.188.000), 3° Alemania (2.206.000)
1899: 1° Italia (63.983.000), 2° Bélgica (4.964.000), 3° Alemania (4.235.000)
1900: 1° Italia (66.363.000), 2° Bélgica (7.308.000), 3° Alemania (6.119.000)

La tendencia fue ciertamente irreversible y marcó el inicio de la época dorada toscanera (3). Tengamos en cuenta además un par de fenómenos ajenos a las estadísticas (aunque históricamente innegables) que ocurrían de manera paralela: el crecimiento porcentual del cigarro toscano dentro de la amplia gama de modelos fabricados a fines del siglo XIX por el Monopolio di Stato y el surgimiento adicional de una industria criolla enfocada específicamente en el segmento. En efecto, el cambio de siglo marcaba con fuerza un lento pero sostenido ocaso de puros peninsulares otrora populares y exitosos, como el Cavour y el Brissago, en concordancia con la inclinación generalizada por el toscano, que pasó a representar la imagen  tabacalera italiana por excelencia, con los tradicionales representantes genuinos importados y las imitaciones surgidas de la incipiente manufactura  nacional. Así lo hemos demostrado en este espacio infinidad de veces: a partir del 1900 y durante los siguientes setenta años, los toscanos fueron los cigarros puros más importados, fabricados, contrabandeados, publicitados, vendidos y fumados de la Argentina.


En el decenio fundacional de 1860 los tabacos italianos lograron desembarcar y establecerse en nuestro territorio. Luego siguieron las décadas de 1870 y 1880 con su crecimiento compartido con otros países europeos, en tiempos del furor cigarrero y la revolución industrial. Finalmente, en los años finiseculares de la centuria decimonónica, llegó el despegue definitivo que llevaría el toscano a la boca de tantos habitantes de este país, nativos y extranjeros por igual.


Notas:

(1) Vimos algo sobre el esplendor de los puros franceses en una entrada reciente del blog Consumos del Ayer. Durante la misma época (1840 a 1920) ocurrió algo similar en toda la región, tanto en Holanda y Suiza (hoy más conocidos en el rubro) como en Alemania y Bélgica, que fueron grandes proveedores de la Argentina entre 1870 y 1890. El país germano concentraba su actividad en las ciudades Bremen y Hamburgo, mientras que las grandes fábricas belgas eran sitas en Amberes y sus alrededores. Sin embargo, todas ellas se dedicaban casi con exclusividad a confeccionar puros que imitaban estilos foráneos de cierto renombre, muy especialmente los cubanos y filipinos. Italia, en cambio, había generado prototipos que gozaban  de reconocimiento por su carácter netamente itálico,  identificables incluso por ciertos nombres característicos, como Toscano, Cavour, Minghetti, Chiaravalle, Roma, Sella o Branca.


(2) La disminución de importaciones fue igualmente aplastante en todos los renglones de materias primas y  manufacturas. Los motivos fueron muchos y obvios (la propia caída del consumo de la población, por ejemplo), pero es importante destacar un motivo fundamental que paralizó el trabajo de las casas introductoras durante algunos años: a partir de 1890 y por causa de la crisis, pasó a ser obligatorio el pago de los derechos de importación en forma anticipada, de una sola vez, en efectivo y a “valor oro”, que era la equivalencia de divisas utilizada en aquel tiempo como parámetro internacional, todo ello en el marco de una inflación y desvalorización de nuestra moneda sin precedentes hasta entonces.
(3) El consumo toscanero del siglo XX fue desarrollado aquí mismo en una serie de cuatro entradas subidas a principios de este año baja el título genérico Cifras Reveladoras

sábado, 23 de septiembre de 2017

Treinta años de consolidación II

Tal como vimos en la entrada anterior, el primer decenio de los cigarros italianos en Argentina estuvo marcado por un gradual pero bien perceptible aumento en las cifras anuales de importación. En ese entonces aún reinaban los puros de origen paraguayo, brasilero y cubano, a la vez que se incrementaba la comercialización de otros orígenes europeos como Alemania y Francia. No obstante, el año 1870 marca el comienzo de un notable proceso que no se detendría por las siguientes siete décadas: la llegada y permanencia de Italia en el “podio” de los tres países de origen mejor posicionados dentro del rubro cigarros de hoja. En ésta y la siguiente entrada analizaremos las cifras en cuestión, que nos dan una idea bastante acabada sobre  el lapso decimonónico concreto en que los puros peninsulares dejaron de ser una rareza propia de su colectividad para constituirse en los más fumados de nuestro país.


Los primeros cinco años se desarrollan con marcados altibajos numéricos en todos los casos (1), aunque Italia nunca deja de formar parte de la terna más exitosa, según podemos apreciar a continuación de acuerdo con cifras de la Estadística  General de Comercio Exterior expresadas en unidades:

1870: 1° Francia (32.966.000), 2° Alemania (17.759.000), 3° Italia (1.900.000)
1871: 1° Italia (10.874.000), 2° Alemania (9.596.000), 3° Francia (7.125.000)
1872: 1° Alemania (21.683.000), 2° Italia (17.038.000), 3° Paraguay (5.678.000)
1873: 1° Italia (26.565.000), 2° Alemania (22.397.000), 3° Francia (17.409.000)
1874: 1° Francia (18.273.000), 2° Alemania (9.187.000), 3° Italia (9.086.000)

Considerando el mercado tabacalero argentino de entonces se advierte claramente la irrupción de los productos europeos en detrimento de los americanos. En efecto, Brasil y Paraguay sólo volverán a aparecer muy esporádicamente en el pedestal del terceto más vendido  hasta bien entrado el siglo XX, mientras que los habanos  legítimos de Cuba se habían convertido en artículos de élite, demasiado caros como para ser importados de modo masivo. Por desgracia no existe la data de 1875 a 1879 con el necesario grado de detalle que requerimos en nuestras tareas investigativas (2), pero no parece existir ninguna razón para pensar que el panorama recién descripto haya cambiado durante ese quinquenio, más aún si continuamos atisbando los números de la década siguiente según consta en otro informe oficial denominado Estadística del Comercio y de la Navegación.


Aquí van todos los “podios” desde 1882 a 1888 con algunas aclaraciones adicionales que señalamos en nota al pie (3).

1882: 1° Italia (7.850.000), 2° Paraguay (4.092.000), 3° Alemania (3.588.000)
1883: 1° Italia (5.531.000), 2° Alemania (4.813.000), 3° Francia (4.792.000)
1884: 1° Francia (10.744.000), 2° Italia (6.288.000), 3° Paraguay (3.415.000)
1885: 1° Bélgica (12.495.000), 2° Alemania (8.155.000), 3° Italia (7.074.000)
1886: 1° Alemania (9.963.000), 2° Italia (8.170.000), 3° Bélgica (6.452.000)
1887: 1° Italia (16.636.000), 2° Bélgica (14.450.000), 3° Alemania (12.788.000)
1888: 1° Bélgica (21.161.000), 2° Italia (18.517.000), 3° Alemania (10.269.000)

En principio, una mirada rápida parece sugerir que los cigarros italianos cumplen más o menos el mismo papel que aquellos provenientes de Francia, Alemania o Bélgica, pero si volvemos a mirar con mayor detenimiento los doce períodos anuales indicados entre 1870 y 1888 saltan a la vista dos detalles que viene al caso referir: Italia es el único país que aparece en todos los casos sin ninguna excepción, y es el que más veces ocupa el primer lugar. Desde luego que eso no es todo, ya que hay muchas cosas para apuntar respecto a la enorme diferencia entre los productos de la tradicional industria tabacalera itálica (que elaboraba un alto porcentaje  de ejemplares nativos de su terruño, propios, típicos e inconfundibles) y sus pares del resto de Europa (que se orientaban casi exclusivamente a las imitaciones de puros extranjeros, en especial de los cubanos).


Pero de ello hablaremos en la próxima y última entrada de la serie, junto con la continuación de las estadísticas que marcan el despegue total y definitivo del cigarro italiano como favorito de nuestro público, esta vez de manera contundente.

                                                               CONTINUARÁ...

Notas:

(1) Las fluctuaciones de un año a otro en las importaciones de todos los países son tan pronunciadas que bien cabe preguntarse los motivos. Más allá de alguna coyuntura histórica puntual de carácter internacional (crisis europeas, guerras, etc.), existe para dicho fenómeno una explicación vernácula que sabemos cierta en el caso de los cigarros italianos: no había entonces  un importador único y oficial, sino que cualquier comerciante o empresario del tabaco podía comprar y traer tales mercaderías. Casi con seguridad, esa variopinta gama de interesados no adquiría los productos con la intención de desarrollar el mercado prolija y gradualmente, como ocurriría a partir de 1897 con el establecimiento de un agente importador exclusivo. Bien el contrario, todo indica que las compras y los stocks se movían con la lógica del corto plazo.
(2) Durante ese período sólo se publicó un brevísimo resumen llamado Cuadro General del Comercio Exterior, que contiene las cifras totales sin ninguna puntualización sobre sus procedencias.
(3) Desde 1861 hasta 1879 los cigarros fueron asentados en unidades. A partir de 1880 se volcaron por su peso en kilogramos. Por convención se acepta que un kilo de cigarros equivale a 200 unidades. Lo que expresamos aquí es el número final que surge de multiplicar los kilos importados cada año por doscientos  (redondeado a miles, para una lectura más simple).


jueves, 24 de agosto de 2017

Treinta años de consolidación I

No es casualidad que el primer intercambio del rubro cigarros de hoja  entre Italia y Argentina haya sido realizado en el año 1861, pues tanto el país exportador como el importador vivían momentos de profunda trascendencia histórica que alentaban la reciprocidad comercial. Por su parte, una  incipiente corriente migratoria entre la península y el Río de la Plata crecía de manera sostenida. La población total de nuestro territorio según el censo 1869 acusaba 1.877.590 habitantes, incluyendo 211.000 extranjeros compuestos  por 72.000 italianos, 35.000 españoles, 32.000 franceses y un resto de ingleses, suizos, alemanes y demás. Si consideramos  semejante realidad en el singular contexto histórico y social (países nacientes, fervor patriótico, colectividad nueva, desarraigo) de un período en el que, además, se fumaba mucho, los números que siguen se explican por sí mismos.


Veamos entonces cómo se desarrolla la importación de cigarros italianos hasta el final de la década, según consta en las respectivas ediciones de la Estadística de la Aduana de Buenos Aires.

Año             Unidades       % interanual

1861              220.000              
1862              402.000              +   82,7
1863              740.000              +   84,0
1864           1.028.000              +   38,9                          
1865           1.267.000              +   23,2
1866           2.093.000              +   65,2
1867           1.877.000              -    10,8
1868           5.279.000              + 181,2
1869           6.219.000              +   17,8

Cifras elocuentes, por cierto. Exceptuando la leve disminución de 1867, el resto del decenio está signado por aumentos marcados y constantes que culminan con un sorprendente porcentaje de contraste entre año inicial y año final de la lista: nada menos que 2.726,9% . Al parecer, los peninsulares arribados a nuestras costas se inclinaban rápidamente por el consumo de sus productos patrios, que llegaban desde ultramar. Esto último era excluyente en esos tiempos: la falta aún de una industria tabacalera criolla enfocada en el segmento itálico (las primeras manufacturas de la especialidad comenzarían recién hacia 1878/1881) dejaba el mercado completamente abierto a las importaciones.


Ya hemos señalado alguna vez lo difícil que resulta encontrar referencias sobre nuestro tópico en esos primeros años (1). Siendo así, ¿qué cosas podemos sacar en limpio sobre el consumos de cigarros italianos en tiempos de Mitre, Sarmiento, la batalla de Pavón y la Guerra del Paraguay, más allá de los volúmenes importados? En principio, pudimos descubrir un vestigio del embrionario interés por los puros que nos ocupan en cierta propaganda publicada por un periódico de la Ciudad de Buenos Aires durante 1865. Se trata de la cigarrería La Primera Porteña, de la calle San Martín N° 40, que ofrecía cigarros italianos y suizos como parte de una modesta variedad de artículos muy populares en la época (2). La mención del rubro es inequívoca (y también la más antigua que conozco), pero a su vez nos lleva a un viejo tema varias veces mencionado, que es la variopinta composición del segmento durante las tres décadas iniciales. En 1900, hablar de “cigarros italianos” prácticamente equivalía a decir “toscanos”, pero en 1865 el panorama era muy distinto. Por ese entonces nuestro leitmotiv era un integrante  más dentro de la gran diversidad de modelos elaborados por las factorías del Monopolio di Stato, que incluía no sólo los puros típicos de Italia, sino también imitaciones habaneras tipo Regalías o Londres (3). Ahora bien, determinar qué porcentaje aproximado del total de cigarros importados desde Italia corresponde a toscanos resulta casi imposible por la carencia de registros fehacientes, al menos hasta 1890. No obstante, nuestras investigaciones nos permiten aseverar con bastante certeza que prototipos como el Cavour o el Brissago fueron más conocidos y vendidos hasta fines del decenio de 1880.


En lo que hace a la comercialización minorista, sabemos que la colectividad italiana de entonces vivía bastante cerrada sobre sí misma, y eso es muy lógico en tiempos tan tempranos del proceso migratorio. A los prejuicios de una sociedad argentina aún no habituada a la llega masiva de extranjeros se sumaba la falta de políticas sociales y culturales de integración. Como dijimos al principio, la comunidad peninsular pionera buscaba comer, beber y fumar sus productos típicos al modo más genuino posible(4). Lograrlo no era tan sencillo en el caso de las comidas y las bebidas, pero no presentaba mayores dificultades para el tabaco: como hemos visto, los únicos cigarros italianos existentes en el mercado local provenían de Europa. Cierto registro de comercios de la ciudad de Buenos Aires en 1870 apunta 14 cigarrerías con propietarios italianos sobre un total de 58 establecimientos del ramo. Una en particular nos llamó la atención: la de Juan Tiscornia, que suma la actividad adjunta de introductor, es decir, importador. No tenemos certeza absoluta, pero tal evidencia sugiere que podría ser uno de los primeros importadores de tabacos itálicos.


En la década de 1860 los cigarros italianos aparecieron por estas latitudes y se desarrollaron rápidamente, aunque su popularidad estaba a la sombra de los favoritos del público local, que eran los habanos, los paraguayos y los de Brasil. ¿Cómo siguió la cuestión en los siguientes veinte años? Eso lo veremos en la segunda parte de esta serie, muy pronto.

                                                          CONTINUARÁ...

Notas:

(1) Tengo pendiente un largo trabajo de relevamiento hemerográfico entre 1860 y 1890 con el fin de ubicar publicidades y menciones relativas al tema. Ello sólo es posible de modo presencial (o sea, pasando horas y horas en las bibliotecas públicas), dado que se trata de material escasamente difundido en la web. La cosa requiere mucha paciencia y muchas ganas que no siempre se dan en tiempo y forma.y 1890 a fin de ubicar publicidades y menciones
(2) No puedo especificar el nombre del medio ni la fecha exacta de publicación por tratarse de una cita dentro de un texto fragmentado. De todos modos, además de los puros itálicos y helvéticos, vemos charutos finos de Bahía, rapé de Burdeos y pitos (pipas) “Flor del Brasil”.


(3) Contabilizamos nueve variedades diferentes sólo entre los modelos nativos de Italia, según aparece en el Manuale del Fumatore de 1866 que reseñamos en una entrada del año pasado:

 

(4) Como es lógico suponer, el fenómeno se fue atenuando paulatinamente, pero a principios del siglo XX todavía existía una gran cantidad de comercios especializados en artículos para las colectividades. La siguiente publicidad  es muy ilustrativa de su época y presenta un legendario almacén de productos italianos en Buenos Aires.


miércoles, 5 de julio de 2017

¿La Argentina o La Virginia? Un hallazgo genera interrogantes sobre la primera fábrica nacional de cigarros italianos

Así como podemos afirmar categóricamente que la primera importación argentina de cigarros italianos fue realizada en 1861, somos muy cautelosos al momento de hacer lo propio con el año exacto en que se inició la manufactura nacional de dicha especialidad, unas dos décadas después. Las dudas del caso involucran un período realmente acotado en términos cronológicos (1), pero el verdadero interrogante que nos desvela en esta ocasión  no pasa por cuándo, sino por quién. Hasta hace poco creíamos que el pionero del puro itálico en este país era Juan Otero, fundador del establecimiento La Argentina, pero una serie de hallazgos vinieron a ponerlo seriamente en duda. En efecto, el acceso a nuevos datos bibliográficos advierten que hubo un industrial de la vieja guardia con tantos méritos como Otero para ser considerado el primer fabricante de tabacos peninsulares afincado en el Río de la Plata.


Sabemos que las actividades tabacaleras de Otero se remontan a 1878, según subrayan numerosas leyendas impresas muchos años después en los envases de sus productos. Sin embargo, las señales concretas de su inclinación por el segmento del  sigaro italiano  aparecen recién en una guía industrial de 1893 y luego en el Censo 1895. Todo indica que para entonces llevaba tiempo dedicado a las labores de nuestro interés , pero estamos hablando de una simple hipótesis en un período que abarca quince años. Considerando que La Argentina producía toda clase de puros, cigarrillos y tabacos sueltos, es tan factible que haya empezado a confeccionar toscanos, cavours y brissagos desde el momento mismo de su fundación en 1878, como que lo haya hecho en 1881, en 1885 o en 1890. No obstante y así las cosas, nadie parecía disputarle a Juan Otero la cucarda histórica de precursor fabril toscanero en territorio patrio. Pero el sondeo metódico del pasado siempre recompensa al investigador persistente, y nos topamos con una sorpresa.


Hete aquí que en una rutinaria y casi desinteresada búsqueda googlera vine a dar con fragmentos de un pequeño libro titulado La industria argentina y la Exposición del Paraná, cuyo contenido está íntegramente dedicado a  dicho evento del año 1886. Allí encontramos cierto párrafo sobre  la empresa Enrique Didiego e Hijo que presenta una serie de productos de reconocida ascendencia itálica (2). Queda claro que el emprendimiento en cuestión fabricaba cigarros peninsulares, pero lo que realmente me intrigaba era el apellido Didiego, muy bien conocido por los seguidores consuetudinarios de este espacio virtual. ¿Tendría algo que ver Enrique Didiego con Donato Didiego, titular de La Virginia, o sea, la que hasta ahora asumíamos como segunda fábrica constituida del toscano nacional? ¿Sería Donato hijo de Enrique? El proceso de búsqueda y comprobación posterior en guías, publicidades, catálogos y textos oficiales antiguos fue largo y engorroso, por lo cual voy a resumir simplemente sus resultados finales: en efecto, Enrique era padre de Donato, y fue el progenitor quien inició la saga de la firma, no en 1883 (como creíamos hasta ahora) sino en 1878. Muchas publicaciones editadas posteriormente citan las actividades tabacaleras de la familia, el año de fundación de la casa, sus diferentes razones sociales y sus cambios de domicilio hasta por lo menos 1920. Todo ello nos brinda una certeza absoluta: la primitiva Enrique Didiego e Hijo no es otra que La Virginia de la calle San José 1556, en el barrio porteño de Constitución. Las imágenes arriba y debajo de este párrafo forman parte del abundante y concluyente repertorio de pruebas.


Más allá de todas sus implicaciones adicionales, el hallazgo corrió cinco años hacia atrás la fundación de La Virginia, ocurrida en 1878, el mismo año que La Argentina. Esto coloca a Enrique Didiego a la par de Juan Otero en cuanto a sus probabilidades de ser el primer manufacturero local de cigarros italianos en general, y de toscanos en particular (3). Desde nuestro punto de vista investigativo, lo visto se ve reforzado por todos los testimonios posteriores, ya que ambas firmas son señaladas excluyentemente como prestigiosos e inveterados paradigmas de actividad  toscanera por Juan Domenech en su Historia del tabaco y por la Guía Descriptiva de los principales establecimientos industriales de la República Argentina de 1895.  Nada de lo que hemos visto en cinco años de sondeos documentales contradice el carácter adelantado de las factorías en cuestión.


¿Podremos llegar aún más lejos en el futuro? Quién sabe: determinar si Otero comenzó antes que Didiego o viceversa es algo verdaderamente difícil, pero la modesta experiencia de este blog demuestra que cada información  “imposible de conseguir”  termina apareciendo, así como así, el día menos pensado.

Notas:

(1) La respuesta al interrogante de cuándo se sitúa en algún punto indeterminado entre 1878 y 1881. Es posible que nunca arribemos a tanto grado de certeza, aunque hay buenos motivos para inclinarse por la segunda referencia. Veamos: 1878 tiene su lógica en el hito fundacional coincidente de La Argentina y La Virginia, pero no hallamos registro alguno como para aseverar inequívocamente que las tales factorías (conocidas ambas por elaborar múltiples derivados del tabaco) iniciaran ese mismo año el armado de cigarros italianos, que bien pudo haber sido una diversificación productiva posterior. La data de 1881, en cambio, proviene de una fuente que podemos estimar seria y atendible: el libro La Producción Argentina en 1892, del economista Dimas Helguera. Sus considerandos incluyen cierta frase incontrovertible sobre la elaboración de cigarros tipo suizo e italiano, que reza textualmente: “iniciada esa industria desde el año 81”. Resulta llamativa la precisión y rigurosidad de una fecha volcada sin ningún atisbo de duda (bien podría haber dicho “a comienzos de la década del 80”),  lo cual nos lleva pensar que el autor sabía de lo que hablaba.  Por ese motivo tomamos esta valoración cronológica como la más confiable, de acuerdo con los alcances actuales de nuestras investigaciones.


(2) Además de los antaño famosos Cavour y Brissago (este último escrito al modo local, con una sola s), vemos también un modelo que aparece esporádicamente en los viejos registros: el Chiaravalle -apuntado burdamente como Cheravale- que representa otra de las intrigas históricas de los cigarros italianos en el siglo XIX. Por lo pronto sabemos que existió y existe todavía una legendaria fábrica de tabacos en la localidad homónima de la provincia de Ancona, que entre 1860 y 1910 elaboró cierto tipo de puros bien reconocibles en su época, aunque desvanecidos con el correr del tiempo. Actualmente la fábrica Chiaravalle produce cigarrillos y tabacos sueltos de cierto renombre.


(3) Hay sólo dos fabricantes que se acercan cronológicamente. Uno es Agustín Grillo, que arribó al país entre 1880 - 1884  y ya estaba establecido con cigarrería propia hacia 1885. El otro es Ángel Toleruti, quien tenía una fábrica de cigarros italianos con todas las letras en 1886, aunque ese es prácticamente el único dato que hemos podido ubicar sobre él.